Parashá para niños - Parashá 21: Ki Tisá (Éxodo 30:11 - 34:35)

Moisés reunió al pueblo de Israel y les dijo:
— ¡Cada uno de ustedes debe dar medio shekel como ofrenda para el Santuario!

Los israelitas, desde los más jóvenes hasta los ancianos, entregaron sus monedas de plata con alegría. Sabían que esa ofrenda era importante para mantener el Tabernáculo y recordar que todos eran iguales ante el Eterno.

Elohim le ordenó a Moisés hacer un gran lavacro de bronce para que los sacerdotes se lavaran antes de entrar al Tabernáculo. Aarón y sus hijos se lavaron las manos y los pies, recordando que debían estar limpios no solo por fuera, sino también por dentro.

Moisés tardó muchos días en regresar del Monte Sinaí. El pueblo comenzó a preocuparse y le pidió a Aarón:
—¡Haznos un diosesito que podamos ver!

Aarón recogió oro y fabricó un becerro de oro. Los israelitas celebraron con danzas y cantos.

Su alegría se convirtió en miedo cuando Moisés bajó de la montaña con las Tablas de la Ley y vio lo que habían hecho.

—¡Han cometido un gran pecado! —gritó Moisés, y con fuerza lanzó las tablas contra el suelo, rompiéndolas en pedazos.

Moisés subió nuevamente al Monte Sinaí. El Creador, lleno de misericordia, le entregó un nuevo par de Tablas con los Diez Mandamientos. Cuando Moisés descendió, su rostro resplandecía con una luz celestial. Los israelitas se asombraron tanto que Moisés tuvo que cubrir su rostro con un velo.

A veces cometemos errores, pero el Padre siempre nos da una segunda oportunidad cuando nos arrepentimos, para no volverle a fallar, portándonos como verdaderos Israelitas. Moisés nos enseñó que la paciencia y la obediencia nos acercan más a el Creador.

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